Más de un millón de personas (en su mayoría del grupo étnico minoritario tutsi, pero también moderados de la mayoría hutu que intentaron proteger a los tutsis) fueron asesinadas sistemáticamente por extremistas hutus en Ruanda durante una ola de asesinatos de 100 días que comenzó en abril de 1994.

“Nunca olvidaremos a las víctimas de este genocidio”, dijo el secretario general de la ONU, Antonio Guterres esta semana. “Tampoco olvidaremos jamás la valentía y la resistencia de quienes sobrevivieron”, agregó.

 

”Podía escuchar los gritos de mis hermanas”

Freddy Mutanguha, un tutsi, es uno de los supervivientes. Tenía 18 años en el momento del genocidio y se encontraba de vacaciones escolares en su pueblo natal de Mushubati, en Kibuye, una ciudad a unos 130 kilómetros de la capital de Ruanda, Kigali.

Los extremistas hutus habían estado persiguiendo a jóvenes que sospechaban que simpatizaban con el Frente Patriótico Ruandés, un grupo rebelde principalmente tutsi liderado por Paul Kagame, ahora presidente de Ruanda.

Temiendo lo peor para su hijo, la madre de Mutanguha le aconsejó que se escondiera en la casa de un excompañero de clase hutu.

Su familia, que estaba en un lugar cercano, se mantuvo con vida sobornando a un grupo de extremistas hutus con dinero y alcohol. Pero el 14 de abril, se quedaron sin dinero y los extremistas asesinaron a los padres de Mutanguha y a cuatro de sus hermanas, de 4, 6, 11 y 13 años. Solo su hermana Rosette logró escapar.

“Podía escuchar los gritos de mis hermanas mientras las mataban sin piedad. Las tiraron en un hoyo cercano. Algunas todavía estaban vivas y las remataron a piedras. A mis padres los mataron a machetazos”, comentó Mutanguha a DW.

Mutanguha permaneció en su escondite porque los asesinos también lo buscaban a él.